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1. La deuda externa
2. La supuesta desindustrialización
3. La tablita
4. Plata dulce
5. Embargo cerealero

La Deuda Externa

Martínez de Hoz fue acusado de promover en su gestión como Ministro de Economía, un endeudamiento externo sobredimensionado éste siendo el origen de todos los males de la economía argentina.
La deuda contraída durante la gestión económica de Martínez de Hoz no fue tan alta como quiere hacerse aparecer, y se pactó en las mejores condiciones de mercado.  Además el producido de dicha deuda se destinó a obras de infraestructura imprescindibles que hoy permanecen y –contra la crítica política más difundida- contribuyó a la modernización e industrialización del país.
Las cifras que se brindan a lo largo de esta explicación pertenecen al Banco Central de la República Argentina y al Ministerio de Economía de la Nación.

Cifras comparativas

La deuda pública externa de Argentina, hacia fines de la gestión de Martínez de Hoz como Ministro de Economía (31-12-1980), ascendía a 14.459 millones de dólares que, comparada con la del final del gobierno anterior (31-12-1975), que era de 4.021 millones de dólares, implica un aumento de poco más de 10.000 millones de dólares, lo cual representa un incremento de casi un 260%. Pero si se compara la deuda pública externa contra el monto total de las exportaciones de los años citados, podemos verificar que, al 31-12-1975, la deuda pública externa correspondía a aproximadamente  2 años y 2 meses de exportaciones, mientras que, al 31-12-1980, se mejoró la relación, ya que equivalía a alrededor de 1 año y 9 meses de exportaciones. O sea que, si bien la deuda pública aumentó sustancialmente, las exportaciones crecieron más (320%) y con ello la capacidad de pago del país. Y esto es lo que realmente importa cuando se quiere medir la fortaleza de una economía.

Al 31-12-2009, después de la fuerte quita efectuada a la deuda pública externa a comienzos de 2005 a través del canje de dicha deuda por diversos títulos públicos, en diferentes monedas y a plazos más extendidos, incluyendo el monto de la deuda cuyos acreedores no aceptaron entrar en el canje (holdouts), el monto de la deuda pública externa ascendía a 84.815 millones de dólares. Si realizamos también aquí la comparación anterior, con las exportaciones a fines de 2009, se podrá verificar que se mantiene una relación similar a la de 1980, ya que esa deuda corresponde a casi 1 año y 6 meses de exportaciones.

El pico negativo de esta relación se produjo en 1987, cuando se necesitaban 8 años y 2 meses de exportaciones para cubrir la deuda pública externa, ya que esta última aumentó un 260%, durante el período de 7 años posterior a 1980, mientras las exportaciones disminuyeron aproximadamente en un 20% del valor que tenían en 1980.

Si por el contrario utilizamos la relación de la deuda pública con el PBI, podemos observar que al 31-12-80, la deuda pública externa correspondía al 7.58% del valor del PBI con fines comparativos, mientras que al 31-12-2009 se llegó a casi al 29% del valor del PBI. El pico negativo de esta comparación se alcanzó en el año 1989, cuando la deuda pública externa llegó a superar en dólares corrientes el monto del PBI (107.24% del PBI).

En todo este análisis, se debe tener en cuenta que, en 2001, se declaró una cesación de pagos a acreedores externos (default), lo que impidió el acceso a mercados financieros internacionales. Ello motivó que el Gobierno Argentino reemplazara este faltante echando mano a distintos recursos internos, como adelantos del Tesoro Nacional, reservas en divisas del Banco Central, la ANSES, las AFJP, así como al incumplimiento de fallos judiciales o disposiciones legales sobre reajuste del monto de jubilaciones.
Las comparaciones arriba efectuadas refutan la repetida acusación de atribuir las dificultades del sector externo argentino a la deuda pública externa contraída durante la gestión de Martínez de Hoz como Ministro de Economía.

éPOCA
Deuda pública medida en
meses de exportaciones
1975: Presidencia de M. E. Martínez de Perón 2 años y 2 meses = 26 meses
1980: Final de la gestión de Martínez de Hoz 1 año y 9 meses = 21 meses
1987: Presidencia de Raúl Alfonsín 8 años y 2 meses = 98 meses
2009: Presidencia C.F. de Kirchner, tras la restructuración 1 año y 6 meses = 18 meses + deuda interna


éPOCA
Deuda pública medida en % PBI
1980: Final de la gestión de Martínez de Hoz 7,58% del PBI
1989: Presidencia de Raúl Alfonsín 107,4% del PBI
2009: Presidencia C.F. de Kirchner, tras la restructuración 29% del PBI + deuda interna


Fundamento del endeudamiento en general

El endeudamiento externo no es un instrumento malo en sí mismo. En primer lugar, es indispensable para impulsar el crecimiento de países en vías de desarrollo que cuentan con escaso capital y crédito local. Pero además, el fundamento subyacente es justo. En efecto, hay cierto tipo de inversiones que benefician no sólo a la generación del presente sino también a la del futuro. Es justo, por tanto, que el peso de la financiación de esas inversiones sea soportado no solo por los contribuyentes actuales sino también por los que se beneficiarán más adelante. Además, el crédito tiene la ventaja de permitir que una parte de las inversiones se pague una vez que ellas ya están rindiendo sus frutos.

Todas las naciones altamente industrializadas, incluyendo a los Estados Unidos, han recurrido al endeudamiento externo para la promoción de su crecimiento.

¿Fue realmente alta la deuda externa pública contraída durante la gestión de Martínez de Hoz?

Determinar si una deuda externa es alta o baja no se puede hacer en abstracto sin hacer algunas comparaciones similares a las efectuadas en los párrafos anteriores. No es posible medir la deuda en términos absolutos sino relativos, es decir comparándola con otros indicadores que reflejan la capacidad de pago del país, como por ejemplo:

1º) El volumen de las exportaciones en relación con el monto total de la deuda externa pública.
2º) El monto del servicio de la deuda externa pública (incluyendo capital e intereses).
3º) La relación de la deuda externa pública con el producto bruto interno (PBI)

Destino de la deuda

Antes de la gestión de Martínez de Hoz y de las condiciones favorables que su programa económico generó para obtener crédito externo en condiciones ventajosas, la infraestructura pública y privada de la Argentina sufría un gran atraso.

Este financiamiento externo, que fue contraído bajo dichas condiciones favorables, contribuyó a la ejecución de obras tales como la construcción de centrales hidroeléctricas, térmicas y nucleares, líneas de transmisión eléctrica, oleoductos y gasoductos, puentes, puertos, dragado de acceso a puertos y vías navegables, sistemas modernos de telecomunicaciones, reequipamiento ferroviario, de la marina mercante y de la aviación comercial, obras sanitarias, sistemas informáticos y un importantísimo reequipamiento médico en todo el país, entre muchas otras cosas.

De acuerdo con cifras oficiales nunca objetadas, la inversión pública alcanzó, entre 1976 y 1980, los 50.000 millones de dólares, parte sustancial de los cuales fueron cubiertos con financiamiento externo.

Los recursos del exterior también ayudaron a la sustitución de importaciones y a la promoción de exportaciones de la Argentina, como fue el caso del petróleo y el gas. Entre 1977 y 1980, se triplicaron las reservas comprobadas de gas natural. La producción de petróleo, que había descendido a 23 millones de metros cúbicos, aumentó hasta sobrepasar, en 1980, los 28 millones de metros cúbicos, de modo que se cubrió el 90% de la demanda interna, precisamente en el momento en el que la segunda crisis del petróleo había encarecido enormemente las importaciones de dicho producto.

Además, el sector privado que supo aprovechar esas condiciones favorables para el crédito se benefició con nuevas plantas industriales y reequipamiento de las existentes, en ramos tan diversos como el metalúrgico, siderúrgico, celulósico, textil, petroquímico, cemento, aceites vegetales y bienes de capital. Fue también en esa época cuando se introdujo en la Argentina la computación en gran escala.

La deuda contraída a partir de 1976, gracias a la confianza que despertaba el programa económico, obtuvo las mejores condiciones de plazo e interés. Los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y la Corporación Financiera Internacional prestaron a la Argentina a plazos entre los 8 y 25 años.

Es, pues, falsa la propaganda que ha sostenido que el endeudamiento externo de la Argentina no tuvo contrapartida en inversiones y resultó meramente especulativa. Las obras de infraestructura que permanecen hasta hoy y las estadísticas refutan fácilmente esa mentira, para quien quiera verlo.



2. La supuesta Desindustrialización

Otra de las descalificaciones más difundidas contra la gestión ministerial de José Alfredo Martínez de Hoz consistió en sostener que sus políticas provocaron; la “desindustrialización” del país. Esto tampoco es cierto:

  • De acuerdo con una encuesta que en 1983 realizó FIEL para la Unión Industrial Argentina, la inversión industrial entre 1976 y 1980 fue un 19% mayor que la del período 1970-1975.

  • Según la misma fuente, durante los años correspondientes a la gestión de Martínez de Hoz, la capacidad de producción industrial creció en un 20%. En cambio, esa capacidad disminuyó después de 1983.

  • El citado estudio de FIEL también indica que la productividad industrial se duplicó entre el primer trimestre de 1976 y el primer trimestre de 1981. El descenso se produjo con posterioridad a la gestión de Martínez de Hoz.

  • Durante el mismo período, las exportaciones totales del país aumentaron en un 200%. Por su lado, las exportaciones de manufacturas industriales también se duplicaron a moneda constante, entre 1976 y 1980.

  • En 1980, se alcanzó un récord de importaciones de bienes de capital, que son el mejor indicador del potencial productivo y la confianza en el país. Esto fue posible, entre otras cosas, gracias a una política que eliminó aranceles de importaciones para este tipo de equipamiento, precisamente para favorecer la industrialización de la economía argentina.

  • Durante el quinquenio 1976-1980, los bienes de capital casi duplicaron su nivel, en comparación con el período 1971-1975 precedente. Esos niveles no fueron superados.

  • Tampoco fue superado el crecimiento que tuvo el sector de la construcción, ya que durante la gestión de Martínez de Hoz, la inversión en construcciones aumentó el 30% para los privados y el 59% en el sector público.

  • A lo largo del mismo período, se dio fuerte impulso a la promoción industrial en el interior del país, lo cual marcó una clara tendencia a la descentralización.

  • Durante el quinquenio 1976-1980, se aprobaron 370 proyectos de promoción industrial en el interior, con inversiones comprometidas de más de 3000 millones de dólares, que generaron ocupación para más de 30 mil personas. Para tener una idea de la magnitud de ese esfuerzo, basta señalar que en los 17 años precedentes (1958-1975) sólo hubo proyectos de promoción por 2000 millones de dólares.

  • La inversión pública real, entre 1976 y 1980, fue de 40 mil millones de dólares, dedicados a importantes obras de infraestructura económica y social.

  • La industria pesada –contrariamente a lo que se repite sin fundamento- fue decididamente desarrollada, mediante la instalación de nuevas plantas de producción de acero y modernización de las existentes. Tanto es así que, al final del período, se llegó a la sustitución total de importaciones de acero crudo, importaciones que, hasta entonces, eran muy elevadas.

  • En la petroquímica, se puso en marcha el Polo de Bahía Blanca y plantas en otras regiones del país.
    La celulosa y la industria del papel recibieron un marcado respaldo y se abrieron nuevos establecimientos en el ramo, además de renovarse los que hasta entonces había.

  • En el sector de la energía, se dedicó mucha atención a la promoción de la producción y, especialmente, a la de petróleo, que había descendido a 23 millones de m3 en 1975 y aumentó en un 24% entre 1976 y 1980 a 28 millones de m3, el último año, y llegó a cubrir el 90% de la demanda interna de ese combustible. Para ayudar a tal impulso, se sancionó la Ley de Inversión Petrolera de Riesgo, se alcanzaron niveles récord en las líneas sísmicas para exploración tanto terrestres como marinas.
    En materia de gas natural, se triplicaron las reservas comprobadas, que pasaron de 200 a 625 millones de m3. Con la construcción de nuevos gasoductos, la Argentina no sólo quedó en situación de autosuficiencia respecto de esa fuente de energía, sino con capacidad para exportar a Brasil, Uruguay y Chile. De ese modo, nuestro país estuvo en condiciones de superar la dependencia de las exportaciones de Bolivia.

  • En el campo de la energía eléctrica, el esfuerzo permitió incorporar una potencia de casi 2800 kv, de los cuales, 2090 eran hidroeléctricos. La energía hidroeléctrica pasó a representar el 42% de la generación, en 1980, contra un 21% de 1975.

  • Al financiamiento obtenido para grandes obras hidroeléctricas, como Salto Grande y Yaciretá, debe agregarse el esfuerzo de inversión realizado respecto de la energía nuclear, cuando se programó un crecimiento de 1500% de esa fuente, con vistas al fin de siglo. Por eso, durante el período de Martínez de Hoz, se completaron, con un gran esfuerzo económico, las obras para la conclusión de Embalse Río III, que estaban paralizadas, y se adjudicaron e iniciaron las obras para la construcción de la Central Atucha II de la planta de agua pesada de Arroyito.

  • Gracias a las reformas a la ley de Inversiones Extranjeras y, especialmente, por la confianza del exterior respecto de la marcha de la economía, las inversiones extranjeras directas se duplicaron primero entre 1977 y 1979 y luego se volvieron a duplicar entre 1979 y 1980. Al final de la gestión de Martínez de Hoz había comprometidas y aprobadas inversiones por más de 3000 millones de dólares. En el período 1977-1980, ingresaron 250 nuevos inversores, casi la mitad de los cuales se radicaban por primera vez en el país. Esto significaba nuevas fuentes de trabajo y mayores contribuciones para la nación.

  • Fue también gracias a la política de Martínez de Hoz que se modernizó la atención médica, merced a un gran reequipamiento hospitalario en todo el país, con los que entonces eran los mayores adelantos, como equipos de tomografía computada, nuevos aparatos de rayos X, ecografías y un sinfín de instrumental médico de precisión que contribuyó a mejorar, sin duda alguna, la calidad de vida de la gente.

  • La propaganda política posterior creó el mito de la destrucción del aparato productivo industrial, en contra de las pruebas de los números reales. Si bien había fábricas que cerraban, como en todas las épocas, pudo constatarse que la mayoría de las que quedaban en esa situación no aprovecharon la gran oportunidad que tenían para renovar sus maquinarias, cuya tecnología era de 1920 o 1930. Prueba de ello es que las industrias locales cuyos propietarios invirtieron en su propia producción, en lugar de pretender llevarse ganancias fáciles a costa del público y de sus operarios, mejoraron significativamente su situación y es así que compitieron en mejores condiciones, no sólo con sus pares de Argentina, sino también del exterior.
    Una prueba importante de que no existía desindustrialización es que, dentro de una misma rama industrial, las empresas que se habían modernizado aprovechando las circunstancias creadas por el programa económico prosperaron. En cambio, aquellas que no lo hicieron, tenían dificultades y hasta algunas quebraron.
    Este panorama, sólidamente respaldado con índices y documentación, prácticamente es la situación inversa a la que muestra el intenso bombardeo propagandístico que, desde muchos sectores interesados, se llevó a cabo contra las políticas de Martínez de Hoz, sin contar con fundamento estadístico alguno ni sustento en la realidad.
    En todas las épocas, hubo sectores interesados en mantener un Estado grande e ineficiente con el cual hacer negocios fáciles, en lugar de apostar por la modernización industrial de la Argentina.


3. La Tablita

El “Programa de Ajustes Cambiarios por medio de Pautas Decrecientes Preanunciadas”, más conocido como “la tablita”, fue adoptado en 1979 y constituyó el centro de las críticas más severas y persistentes contra la política económica de Martínez de Hoz, a punto tal que hasta el día de hoy, cuando se menciona la posibilidad de una propuesta semejante, se habla de “la tablita de Martínez de Hoz”. Ello a pesar de que la propuesta no partió del ex ministro, sino del Banco Central, como un modo de hacer frente a ciertos problemas que afectaban a la gente.

La denominada “tablita”, antes que nada, procuraba ser un instrumento contra la inflación, que en ese momento estaba en el orden del 100% anual, aún cuando había descendido hasta ese nivel desde un 920% anual en el que se situaba justo antes de comenzar la gestión de Martínez de Hoz.

Sin embargo, al llegar a esa magnitud, se había producido una especie de meseta, ya que la inflación se resistía a retroceder por debajo de dicho nivel.

Contra lo que muchos creen, la causa de la resistencia era generada por la propia bondad de la economía en ese momento, como se explica a continuación.

La reducción de las tasas arancelarias a las importaciones –tan criticada- seguía un gradualismo excesivamente lento, contra la creencia común. A su vez, se registraba un explosivo crecimiento de las exportaciones, sobre todo agropecuarias, lo cual provocaba un ingreso enorme de divisas al país, superior al que el mercado podía absorber.

Frente a esa situación, hacia fines de 1978, el BCRA propuso un programa de pautas cambiarias y tarifarias preanunciadas, a partir del 1º de enero de 1979. Esas pautas conducían a una gradual reducción en el ritmo de ajuste de la paridad cambiaria (es decir, la tasa de devaluación del peso argentino).
El programa estaba destinado a lograr un mayor equilibrio en las cuentas externas, lo cual favorecía la reducción del impulso inflacionario. Pero también tenía como objetivo la promoción de la modernización y reequipamiento del aparato productivo del país, a fin de permitir que la industria pudiera contar con una estructura competitiva.
El programa era, pues, pro-industria y no anti-industria.

Sin embargo, en ese momento se registró un acontecimiento internacional imposible de prever, que causó un grave retraso en la efectividad de la política que acababa de adoptarse, que fue la caída del Sha de Irán, en marzo de 1979, y el advenimiento de la revolución del Ayatollah Komeini en ese país petrolero, situación que provocó un shock de petróleo que triplicó los precios del combustible.

La consecuencia de ese incremento brutal del precio del petróleo fue un aumento generalizado de los precios internacionales, efecto al que no fue ajena la Argentina.

La “tablita cambiaria” quedó así neutralizada por un fenómeno imprevisible e incontrolable.

Los sectores interesados reclamaron, entonces, que se rectificase lo que se llamó el “desfasaje o retraso en la paridad cambiaria”; es decir, pedían con insistencia una devaluación. Sin embargo, el equipo económico tomó la decisión de no convalidar con el tipo de cambio el incremento en el índice de precios. Al contrario, la idea era realizar un serio esfuerzo de reducción de costos, por parte de las unidades productivas, por vía del mecanismo de la competencia de mercado.

La decisión se tomó, entre otras cosas, porque la paridad cambiaria es el resultado de diversas causas que influyen en su nivel, de las cuales los precios constituyen sólo una de ellas. Una devaluación que hubiera acompañado el aumento de precios sólo hubiera estimulado el reciclaje de la inflación, debido al crecimiento de los costos, como de hecho ocurrió, cuando a partir de abril de 1981 el sucesor de Martínez de Hoz en el cargo de ministro de economía (Lorenzo Sigaut) decidió realizar una fuerte devaluación.

A partir de septiembre de 1979, con la estabilización de los precios internacionales, se comenzó a percibir los resultados positivos de una mayor competencia respecto de la estabilidad monetaria.

Desde entonces, mes a mes, los índices de precios mayoristas y minoristas de nuestro país comenzaron gradualmente a descender.

En el último trimestre de 1980, si se descuenta el impacto del IVA, que empezaba a aplicarse de manera generalizada, el aumento anualizado de precios mayoristas fue del 26% anual y el promedio de este índice con precios al consumidor fue del 38,8%.  
Durante el mismo período, el ajuste de la paridad cambiaria más el 1,5% de inflación internacional, anualizado, representaba el 37% anual.

Se había llegado, así, a la convergencia entre la evolución del ajuste de la paridad cambiaria y el incremento de precios, sin saltos bruscos ni remedios artificiales.

La tablita terminó el 31 de diciembre de 1980. En adelante, no era necesaria su prolongación y se podía adoptar otra política cambiaria.

De hecho, el Banco Central permitió una “flotación sucia” del tipo de cambio, entre un límite mínimo y un máximo. El tipo de cambio flotó entre ambos márgenes, sin tocar ninguno de los límites, de manera que no fue necesaria la intervención del Banco Central.

Esto demostraba que, si no se hubiera producido el cambio de políticas, con el advenimiento del general Viola y el reemplazo íntegro del equipo económico, se hubiese podido normalizar definitivamente el sistema cambiario, sin recurrir a grandes devaluaciones, como la que decidió la nueva gestión, el 29 de marzo de 1981.

A partir de entonces, las devaluaciones se sucedieron una tras otra –que era lo que precisamente Martínez de Hoz quería evitar- y llegaron al 350% en términos nominales, sin que eso consiguiera la mínima mejora en la economía del país. Al contrario, representó un grave retroceso, en un momento en que los pocos problemas que subsistían estaban a punto de solucionarse.
Cuando el equipo de Martínez de Hoz estableció “la tablita”, la idea era que su duración no se extendiera más allá de un año. Sus integrantes consideraron que podían pedir al sector exportador, que se había beneficiado hasta entonces con las medidas económicas, un esfuerzo limitado en el tiempo, en beneficio de toda la población; ya que el objetivo final era terminar con el flagelo inflacionario.

La prolongación, provocada por los mencionados acontecimientos externos, tornó a “la tablita” contraproducente.
Juan Carlos de Pablo, en su monumental obra: “La Economía Argentina en la Segunda Mitad del siglo XX” dice que “a fines de 1978 se juntaron la desesperación de los responsables de la política económica por resolver un problema y un mercado de ideas profesionales que ofrecía una solución fácil y sobre todo no conflictiva: ‘la tablita cambiaria’”.

De Pablo cita una frase de J.J. Nogués, que explica que la repetición en el ambiente político y periodístico de la mención de la tablita hizo creer a algunos que la única obra de Martínez de Hoz “durante sus cinco años de ministerio, fue aplicar la tablita cambiaria” “También hay gente –agrega- que cree que lo único que escribió Beethoven fue su quinta sinfonía”.


4. Plata Dulce

Otra crítica que se ha hecho a la política económica de Martínez de Hoz –aunque no sólo a ella- es la supuesta fuga de divisas a causa del aumento de los viajes al exterior de los argentinos, durante su gestión. En primer lugar, se ha magnificado groseramente el impacto que tuvieron los gastos de los argentinos por viajes al exterior sobre la balanza de pagos. Además, se han sostenido argumentos que carecen de todo fundamento, tales como que los viajes al exterior fueron en parte responsables del aumento de la deuda externa. Semejante aseveración confunde los pagos por turismo, que se financian con ingresos corrientes, con la deuda, que como se explica en otra sección (ver: Deuda externa), tuvo su contrapartida en importantes inversiones en infraestructura que todavía persisten.  Asimismo, muchos industriales aprovecharon el tipo de cambio favorable para modernizar, reequipar y mejorar sus fábricas, después de haber tenido la oportunidad de ver lo que sucedía en otras latitudes.  La política cambiaria sirvió para mejorar los niveles tecnológicos existentes y equipar con la última tecnología clínicas, hospitales y laboratorios médicos.

Por otra parte, Martínez de Hoz nunca pensó que la posibilidad de que los argentinos viajaran al exterior pudiera ser algo malo. Antes bien, consideraba esa perspectiva una forma de romper nuestro aislamiento mental y tecnológico, de comprobar el progreso de otros países y de estimular el deseo de imitar los buenos ejemplos.
Martínez de Hoz sostenía que los argentinos no tienen por qué ser ciudadanos de segunda clase en un mundo moderno, que casi no tiene fronteras para los viajeros, y donde los ciudadanos de todas partes se desplazan libremente sin que nadie piense por ello que está dañando a su país.

La devaluación y los controles que se sucedieron después sólo podían servir para aumentar la corrupción e interrumpir el proceso de modernización industrial.

Sin embargo, hubo otras épocas en las que los argentinos, cuando las condiciones del tipo de cambio fueron similares, se lanzaron nuevamente a viajar y a comprar, como en 1985, en los ’90 y a partir de 2008.

Paralelamente, se ha criticado profusamente la apertura de las importaciones.  En un mundo de intercambio, no es posible el desarrollo de las exportaciones sin que, al mismo tiempo, se abran las importaciones, porque ningún país compra a otro que, a su vez, se niega a comprar. Eso podía ocurrir durante un período muy específico, como el de la posguerra, cuando Europa había quedado destruida y necesitaba imperiosamente comprar, sin condiciones, pero pasada esa etapa, era imposible pensar en el desarrollo del comercio sin una apertura al intercambio.


5. Embargo Cerealero

La propaganda de izquierda permanentemente ha acusado a Martínez de Hoz como un agente de los intereses de los Estados Unidos. Sin embargo, un acontecimiento desmiente por completo esa hipótesis, que es la negativa de Martínez de Hoz a sumar a la Argentina al embargo de cereales decretado por el gobierno norteamericano contra la entonces Unión Soviética.

Esos hechos son relatados detalladamente en el libro: “El oro de Moscú”, cuyo autor es Isidoro Gilbert, quien en aquel tiempo era el jefe en la Argentina de la agencia estatal soviética TASS, por lo cual resulta indudable su vínculo –al menos por entonces- con el partido Comunista y con el gobierno ruso.

Gilbert comienza su relato por la descripción de un llamado de Robert Bergland -a la sazón, secretario de Estado para la Agricultura del gobierno de los Estados Unidos- a David Lacroze, al frente de la Junta Nacional de Granos de la Argentina. Mediante esa comunicación, en enero de 1980, el funcionario estadounidense anunciaba que su país había decretado un embargo de cereales contra la URSS, al cual ya se habían sumado Canadá y Australia. El embargo fue declarado en respuesta a la invasión soviética a Afganistán.

El libro puntualiza que Argentina, Australia, Canadá y los Estados Unidos formaban “el club de los 4”, que concentraba a los grandes productores de cereales.

Bergland también llamó a Alejandro Estrada, secretario de Comercio y Relaciones Internacionales, y a Jorge Zorreguieta, en ese tiempo, secretario de Agricultura del Ministerio de Economía.

Martínez de Hoz, entrevistado por Gilbert, recordó que él acababa de liberar el comercio de granos y que una imposición así a los exportadores hubiera resultado una contradicción. Además, no hubiera servido para ningún fin práctico, porque los exportadores podían declarar otro destino y después desviarlo hacia Rusia.

Los soviéticos –como lo señala Gilbert- compraron buena parte de la cosecha y pagaron cash, a un precio 25% superior al del mercado.

Martínez de Hoz explicó a los funcionarios norteamericanos que el maíz resultaba muy importante para la economía argentina, no así para Australia y Canadá, que no tenían maíz exportable. Agregó que si se pedía a los países europeos que, a la vez, no vendieran tecnología a Rusia, y todos hacían un esfuerzo conjunto, la situación podía analizarse; pero que un embargo exclusivamente de cereales resultaba injusto para la Argentina, que terminaría siendo, de tal modo, el único país perjudicado.
En el mismo relato, Gilbert cuenta una anécdota que también surgió en el reportaje que le hizo a Martínez de Hoz en su departamento. Martínez de Hoz le había preguntado al canciller alemán, a la sazón, Helmut Schmidt, si hubiera prohibido la exportación de bienes de capital a la URSS ante un pedido de los Estados Unidos, a lo cual el canciller respondió: “Sólo sobre mi cadáver” (over my dead body).

Isidoro Gilbert califica a Martínez de Hoz como “el hombre que mejor comprendió la necesidad del mercado de la URSS para que sus números fiscales cerraran”. También revela que fue el ministro que abogó por la renovación de los contratos de intercambio comercial firmados por Gelbard (el ex ministro de Perón), con la Unión Soviética, mientras otros funcionarios del gobierno militar se oponían a ello.

El ex jefe de la agencia rusa TASS añade un párrafo crítico al “doble discurso” (SIC) de la prensa soviética, que “seguía enrostrándole al ministro de Economía todas las penurias de la Argentina y continuaba diferenciando a las ‘Tres V’ (Viola, Videla, Villarreal) como ‘demócratas y realistas’, según la óptica del PC y del PCUS” (léase: Partido Comunista y Partido Comunista de la Unión Soviética).

Ciertamente, Martínez de Hoz deseaba mantener excelentes relaciones con los Estados Unidos, pero privilegió los intereses argentinos, del mismo modo que el gobierno de los Estados Unidos privilegia los suyos.

 
       
 
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